Oscar
Voz Principal
Mario
Guitarra solista y coros
Emilio
Guitarra ritmica
Bambino
Bajo
Javi
Bateria
Sonora Invisibilidad
Supone el silencio la condición de posibilidad, el requisito imprescindible, para que el sonido acontezca. Igual que en el espacio se hace necesario el vacío, el hueco, para que los objetos puedan habitarlo, en la música es el silencio lo que ha de predominar antes de la aparición de la nota musical, antes de que la voz se cuele por los entresijos de sus enrevesados pasillos. Es la música, así, lo que interrumpe el silencio; pero sobre todo, es ella la que lo llena de sentido.
Música, silencio y sentido componen de esta forma una llamativa tríada. Si bien el lenguaje se nos aparece en muchas ocasiones como una red agujereada por la que se filtra (e incluso se falsea) lo que queremos decir, la música, al contrario, expresa cuanto somos mediante una técnica (armonía) y una cadencia (melodía) de las que el ánimo no puede escapar, herido por sus propios deseos, temores, alegrías y sufrimientos. La música manifiesta cuanto somos, de manera que cobramos consciencia, a través de una suerte de magia emotiva, del profundo abismo que habita en nosotros.
Un abismo que la música no sólo sabe reconocer, sino que se atreve a transitar. Aunque a ciegas. Un camino, el del hondo y enigmático interior, repleto de infiernos horizontales, numerosos estigmas y misterios irresolubles, que únicamente podemos recorrer apoyados en el bastón del arte musical.
Éste no resuelve nada, pero su tarea no consiste en explicar, sino en mostrar, destapando maneras de ser, sentir y aparecer que creíamos inexistentes… cuando sólo estaban olvidadas.
La música nos hace recordar que somos, sobre todo, el producto de nuestra ignorancia. De una honda ignorancia a la que accedemos gracias a una sonora invisibilidad. Resulta curioso, entonces, que la música, aquello que ahuyenta al silencio, se precipite precisamente, bajo la forma de un suicidio tan lírico como necesario, en el propio silencio. El silencio de lo que no puede decirse,
de nuestro fondo más inescrutable, del que somos tanto víctimas como verdugos.
La música es nuestro único acceso a lo prohibido, a lo inconfesable, a lo invisible, pero siempre presente.